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Mi año de descanso y relajación de Ottessa Moshfegh: el sinsentido de lo moderno.

Mi año de descanso y relajación de Ottessa Moshfegh es una de esas lecturas que golpean lento; es como la gota que va erosionando la roca, pero sin saber nunca cuál es su verdadero cometido. Como mujer «casi» treintañera que soy, que vive en la explosión del reconocimiento de la salud mental, me vi embelesada por una obra que se había difundido como una plaga por internet, veía una portada atractiva y un título sumamente rocambolesco; sin embargo, fue la sinopsis lo que llamó mi atención. Mi año de descanso y relajación trata sobre una joven que decide hibernar durante un año a base de fármacos para, «presuntamente», superar una fase depresiva. Como ya he mencionado, creí tener un reflejo de mi generación en una protagonista que se enfrenta a la vida e intenta solucionarla a base de ayuda terapéutica, pero no me esperaba toparme con una literalidad tan genuinamente «absurda». Matizo esto último.

Moshfegh tiene un estilo de escritura que podríamos definir como intenso y desgarrador, profundiza mucho en la oscuridad de la psique humana; rozando la fina línea entre la honestidad y la morbosidad. Hay una clara intención de crítica social en sus escritos, sobre todo a la élite neoyorquina. La pomposidad del lujo y la hipocresía de las nuevas modas es algo a lo que ataca desde sus personajes antipáticos y perturbados, como se da en este caso. No hay nada que podamos definir de forma negativa si hablamos del desarrollo psicológico del personaje en cuanto a la relación que tiene con su pasado; la autora de una forma directa y precisa nos hace cómplices de esa antipatía hacia su propia familia, e incluso llegamos a entender el desenlace hacia su enfermedad. Ahora bien, hay algo en esta historia que sobrepasa la modernidad de la autora para convertirse en una la literatura de lo absurdo, sin querer realmente ser simbólica o sarcástica.

Destaca mucho como establece una relación paralela, incluso proporcional, entre el nivel de belleza de la narradora y el abuso sexual y psicológico que recibe de su ex, siendo ella consciente de dicho maltrato y, aun así, admitir estar completamente obsesionada con él, ¿Podríamos hablar de un claro caso de mujer maltratada que no es capaz de disociar? Realmente no, porque no se habla del asunto, no se trata, se deja pasar como algo normal que se irá por arte de magia. Lo mismo pasa con su mejor amiga, único sustento emocional que le queda tras perder a toda su familia y que, no obstante, menosprecia a unos niveles exorbitados. De hecho, cuando este personaje desaparece, de la manera más patética posible, sobre todo siendo norteamericano, nos da rabia que la protagonista obtenga el éxito buscado con dicha «hibernación» sinsentido.

La gracia es que se lee rápido, es extraño pero atrayente y nos hace querer saber más sobre la escritora, pero no le hace ningún bien a la concepción que se tiene hoy en día sobre la depresión y la figura del terapeuta. Tiene un final demasiado ridículo y desesperante.

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La grieta del techo.

En ocasiones, observo la grieta que atraviesa mi techo de punta a punta con el único fin de perder el tiempo. Me quedo y observo cómo, poco a poco, mi mente deriva hacia otros pensamientos no relacionadas con el deterioro de mi casa, y pienso en lo fascinante que resulta «perder el tiempo». Disfrutar de la suavidad de las sábanas mientras el viento golpea las ventanas y la lluvia empapa la ropa de las vecinas más despistadas; sus gritos cuando se dan cuenta demasiado tarde de su error y corren para recogerla. El olor a café que inunda el rellano del edificio y llega a mi nariz a modo de recordatorio de un nuevo día, pero yo simplemente respiro profundo y sigo mirando el techo. No tengo prisa por ser productiva, no tengo trabajo pendiente ni ganas de adelantar deberes que pueden esperarme. Me tomo el amanecer de forma pacifica y lenta, con el único objetivo de respirar profundamente, de respirar adecuadamente, de respirar como ejercicio necesario e infravalorado.        Recordarme así que estoy viva y que no necesito más estímulos que una simple grieta cuya única función es hacer de lo imperfecto un momento maravilloso.