El otro día escuché un dato muy curioso en un podcast de psicología. El psiquiatra invitado dijo que «los feos eran más recordados», mientras que a los guapos se les solía confundir con otros. Esto me hizo mucha gracia, pero realmente creo que se puede extrapolar a todos los ámbitos de la vida. Recuerdo a esa implacable Despentes defendiendo la libertad en la «no belleza de la mujer» de su Teoría King Kong o a Picasso que, a pesar de iniciar su trabajo con obras al más puro estilo clásico, decidió optar por lo bizarro y crear el cubismo. Hay una presión por lo canónicamente bello que a ojos de una persona que ha sanado sus prejuicios internos, se ve totalmente desfasada. No le quitemos el mérito a lo que siempre ha sido hermoso, simplemente aceptemos que lo comúnmente denominado «feo o extravagante» es mucho más divertido. Durante siglos ha habido movimientos de vanguardia que han inclinado su balanza a favor de las diferencias, no dejándose caer en el error de ser perfectos.
De hecho, el psiquiatra que participaba en el podcast dijo que «los guapos sufren el peso de su belleza» y esto les provoca inseguridades, principalmente porque su valor reside en algo efímero a ojos de la sociedad y porque nunca sabrán cuáles son las verdaderas intenciones de la persona que permanece a su lado. ¿Es pura atracción física o huirá cuando conozca el interior? Claramente me parece una reflexión llevada muy al extremo, pero no quita que sea interesante replantear cierta libertad en el caos. Es como quitar la cadena de lo canónico y empezar a vivir en un mar de posibilidades, únicamente porque sabes que no tienes que agradar los ojos de nadie, solo rellenar el hueco que corazón y mente te pida, sin miedo a la vergüenza, sin miedo al fracaso, sin miedo al error de no llegar a ser perfectos.